jueves, 21 de octubre de 2010

No hay nada más aburrido que una mala respuesta a una gran pregunta. Es así. Hay preguntas tan buenas que se nos meten dentro, nos exploran y sacan jugo a todo lo que llevamos. Pero suele pasar que antes de darle tiempo para que haga su efecto, siempre hay alguien que la menosprecia y la responde con simpleza y cuatro palabras.

Mi parte favorita de Españoles por el mundo es cuando al final del reportaje le hacen siempre las mismas dos preguntas: ¿Te volverías a España? y ¿Qué echas de menos de allí? La primera suele ser contestada con más o menos astucia, dependiendo de las circunstancias del cuestionado. Pero la respuesta a la segunda pregunta (¿Qué echas de menos de España?) suele ser tan tópica y tan adecuada, que aburre: "Echo de menos a mi familia y a mis amigos...ah y el jamón" Pero aunque la respuestas es sincera, es equivocada, la pregunta es que echamos de menos, no que necesitamos. Todos necesitamos a nuestra familia y nuestros amigos (incluso el jamón) cerca, es parte de nosotros y queremos tenerlos en nuestra vida.

Pero lo que echamos de menos es otra cosa, son esas detalles que carecen de importancia pero que sentimos cerca. Esta mañana sin quererlo, encontré mi respuesta para Españoles por el mundo: Echo de menos los libros en el tren. Nadie lee en el tren, sé que es una boludez, como diría Martin Hache, pero me pasa. La gente mira por la ventana, escucha música, miran sus portátiles, pero nadie lleva un libro entre sus manos. He buscado entre los demás vagones, pero nada, ha sido un esfuerzo inútil. Aquí los trayectos son cortos y así que leen en casa o en la biblioteca. Y aunque no echo nada de menos los largos trayectos de Madrid, ni las esperas eternas de autobuses que no llegan, de pronto me apetece subirme a un tren en Madrid y jugar a averiguar que libro lee mi compañero de asiento.


Será una boludez, pero me pasa

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